En el callejón reminder lane en un pequeño pueblo, Elena, de siete años, jugaba con sus muñecas en su habitación.
—¿Qué día es hoy, mami? —preguntó soñolienta.
—Hoy vamos al parque, mi amor. Hace sol, es perfecto para un picnic —respondió Gloria, su madre, mientras preparaba una manta y unos bocadillos.
Gloria, de 35 años, de baja estatura y sonrisa cálida, era conocida en el pueblo como una mujer amable y generosa. Siempre tenía tiempo para ayudar a los demás.
El pueblo era un rincón apartado del mundo, con pocos habitantes que se conocían entre sí como una gran familia. Era una comunidad tranquila y acogedora, rodeada de belleza natural: un lago sereno brillaba cerca, y un extenso parque florecía cada primavera, cubriéndose de colores y aromas que alegraban el alma.
Pero como en todo lugar, nunca faltan los imprudentes…
Se dice que una noche, un grupo de jóvenes jugaba tontamente a la Ouija en un viejo sótano olvidado por el tiempo. Entre risas nerviosas y preguntas sin sentido, liberaron algo que nunca debió regresar.
El espíritu de un asesino serial, ejecutado décadas atrás, tras haber matado a 21 mujeres, encontró un resquicio entre mundos. Invisible para el ojo humano, su presencia era un viento gélido que hacía parpadear los faroles, erizar la piel, y entumecer los pensamientos.
Nadie supo por qué, pero el alma retorcida del asesino buscaba un huésped. Quería carne. Quería continuar lo que había dejado inconcluso.
Dormido junto a una esquina, un perro callejero negro, fornido, con hocico corto y ojos dulces, descansaba ajeno al peligro. El espíritu se abalanzó sobre él como una sombra viva.
El animal despertó aullando. Una nube negra lo cubrió y cuando se disipó, ya no era el mismo: ahora era una bestia gigantesca, de pelaje erizado, ojos rojizos, colmillos afilados y músculos deformes.
… Se lanzó a las calles a cazar a sus víctimas.
Gloria preparaba todo para el picnic con Elena y mientras revisaba su bolso, su teléfono sonó. Contestó, pero solo escuchó gritos.
—¡Gloria...! ¡Cuidado! ¡Se acerca! ¡Corre...! —y luego, silencio.
Confundida, colgó. Pensó que se trataba de una broma pesada. Tomó a Elena y salieron hacia el parque.
Conducía tranquilamente cuando, sin previo aviso, una masa negra se abalanzó sobre el capó del auto. El parabrisas se astilló al impacto. Era una criatura horrenda, gruñendo con furia. Sus ojos brillaban como carbones encendidos y sus colmillos se clavaban en el metal.
Una nube negra cubrió el cielo y de pronto lo que era un bello pueblo se transformo en un sombrío lugar.
Gloria gritó, el corazón desbocado.
—¡Elena, agáchate!
Puso marcha atrás, luego aceleró con fuerza, lanzando al monstruo por los aires. Creyó haberlo dejado atrás, pero la bestia se levantó y saltó sobre el techo, hundiendo sus garras.
—¡Mami, tengo miedo! ¡Haz que se vaya! —lloraba Elena.
Gloria, con lágrimas en los ojos y adrenalina pura en la sangre, tomó una decisión. Estacionó en seco, soltó el cinturón, y sacó a Elena en brazos. Corrió sin mirar atrás, cruzando callejones, tocando puertas. Nadie respondía.
Al llegar a una vieja casa con portón de hierro, tocó con desesperación. Una anciana llamada Flor abrió.
—Rápido —dijo con voz firme—. Entren antes de que sea tarde.
Dentro, un perro, de pelaje dorado y tranquilo, los observaba desde el sofá. Tenía ojos sabios. Gloria reconoció algo en su mirada: serenidad.
—¿Ese perro... no le da miedo? —preguntó, aún agitada.
—No. Tranquila Gloria, él ha estado conmigo por años, es un ser muy especial, ya lo veras —respondió la anciana.
Por dentro, la casa se abría en un amplio salón. Una chimenea chispeaba en una de las paredes de piedra, proyectando destellos anaranjados que hacían vibrar los muros y envolvían el lugar en una calidez casi mágica. El ambiente se sentía acogedor, como si el fuego protegiera a quienes estuvieran dentro. Gloria y Elena se sentaron en un enorme sofá marrón, mullido y profundo, aún intentando calmarse.
La anciana, Flor, caminó con serenidad hacia el centro del salón. Sin decir palabra, comenzó a trazar un círculo en el suelo de madera. Lo dibujó con símbolos antiguos, figuras extrañas que parecían pertenecer a una lengua perdida en el tiempo.
Mientras el viento afuera aullaba y las llamas danzaban tras ella, Flor comenzó a entonar un canto. Su voz subía y bajaba como un rezo olvidado. Giraba lentamente, marcando el ritmo con pasos suaves, y sus labios pronunciaban palabras difíciles de entender, como susurros traídos de otro mundo.
Estaba invocando algo. Llamando a alguien.
Desde lo profundo del círculo, Flor convocaba a un espíritu: Cerbero, el guardián de las puertas del infierno. El único ser con el poder de rastrear a las almas que se han escapado de ahí... y devolverlas al lugar al que pertenecen.
La casa tembló. Afuera, el demonio llegó. Rasguños en la puerta, gruñidos, luego un silencio espeso.
El perro dorado de la anciana Flor se levantó con calma. Se acercó a la puerta sin hacer ruido. Entonces, un destello de luz lo envolvió por completo. Sus ojos brillaron con fuerza, y su cuerpo, aunque viejo, se alzó con una presencia imponente.
Gloria podría haber jurado que, en la sombra que se proyectaba sobre las paredes de piedra, se veían tres cabezas y una cola de serpiente, como si algo más antiguo y poderoso habitara dentro de él.
La anciana puso su mano sobre el hombro de Gloria.
—No temas. Esta pelea no es tuya.
El perro de la anciana salió a enfrentar al endemoniado perro negro y lo que sucedió afuera nadie lo pudo explicar del todo. Hubo una explosión de luz. Un aullido ahogado. Y luego, un silencio tan profundo que inquietaba.
El perro de la anciana regresó cojeando, cansado, pero en paz. La sombra había desaparecido. Elena corrió a abrazarlo.
—Nos salvaste, perrito...
La anciana se acercó al animal, se arrodilló y lo acarició con ternura.
—Gracias por protegernos. Ya cumpliste tu misión.
Luego se giró hacia Gloria, y por primera vez, sus ojos brillaron con un fulgor dorado. Y entonces ocurrió algo que ni Gloria ni Elena pudieron olvidar: la anciana comenzó a transformarse. Su figura se cubrió de plumas oscuras, su cuerpo se alzó del suelo y se convirtió en un enorme pájaro negro, majestuoso, de alas extendidas y ojos brillantes como el sol. El perro dorado, envuelto en una luz suave, se elevó también, ahora en forma de espíritu luminoso.
Ambos emprendieron el vuelo juntos hacia el cielo grisáceo, dejando una estela de calma en el aire.
Gloria y Elena, abrazadas, miraron en silencio cómo se perdían entre las nubes.
Desde ese día, nadie volvió a ver al endemoniado perro negro… pero algunos juraban haber visto, en noches de tormenta, una silueta alada cruzar el cielo, seguida de un destello dorado.
Un recordatorio de que la oscuridad existe, sí… pero también existen los guardianes que la enfrentan.
MJCF
Me gusto mucho la forma como redactas ❤️
Me encantó poder “dibujar” en mi mente lo que contabas a través de los detalles narrativos y tu voz como autora. Gracias por hacerme partícipe de tu universo 🤍.